Corpus et animus

Diente de Leon

Dos hombres marchan por las calles de un pueblo de nombre ya casi olvidado. Como era común por envío de sus superiores debían recorrer una a una cada uno de los estrechos callejones que se encontraban en aquel paisaje.
La ciudad contaban con una enorme cantidad de desvíos cada uno sin un sentido claro, sus calles eran de piedras embutidas en el pavimento y sus casas de un adobe colorido que se camuflaban con los cerros que le envolvían desde su nacimiento hasta su ocaso. Cada ciertas estaciones contaban con viajeros que llegaban a él sin desearlo... al parecer se perdían y una vez que divisaban el lugar, simplemente se acercaban,  casi siempre jóvenes en busca de la aventura, en busca de una verdad que no hallaban en sus países o ciudades... para muchos, solo un lugar de paso... la verdad era, que el hecho de que aun existiera en el mapa era sólo por estas pequeñas personas que de cuando en cuando aparecían, pero, que de la misma forma en que lo hacían, se marchaban.

Cierto día, dos jóvenes se encontraron en aquel pueblo, tras recorrer sus calles y sentir su paz, se dijeron uno al otro:
- Pareciera que ni la guerra ni el odio hayan tocado jamás este lugar...
- Eso parece.- replicó el otro, mientras una suave brisa cruzaba sus pies...

Mientras caminaban, lograron observar un monje, el cual, extrañamente regaba una gran roca que se hallaba al final de la ciudad... los jóvenes algo extrañados procuraron acercarse lentamente para observar mejor qué era exactamente lo que hacia, sin embargo, al acercarse no lograron ver con claridad pues ya había acabado...

Tras observar por unos minutos sin entender el porque pudo hacer eso, decidieron marcharse a dormir a acampar en los alrededores. Ya habiendo recorrido la ciudad durante tres días y con una constante duda, decidieron que esa misma tarde iban a seguir al monje desde que entrara a la ciudad hasta que llegara a aquella roca. Al encontrarle, le siguieron sigilosamente, hasta encontrarlo frente a aquella gran piedra. Él. sin pensarlo dos veces, destapó su botella y comenzó a regarle, tras terminar y mirar con cierta ternura hacia atrás dijo:

- Por qué me siguen? .-

A lo que replicaron:
- Lo sentimos... simplemente nos extraña su comportamiento con esa roca... por qué la riega? es que a caso no ve que sólo es una roca?..No crecerá nada sobre ella...

El monje, lentamente girando su cuerpo hacia sus espectadores, les replica:
- Por qué les importa tanto eso? Es que a caso no han observado el bello prado de vuestros vecinos?
- Oh! no, no son nuestros vecinos, simplemente andamos de paso por el lugar, pero claro que es hermoso!.- respondieron

El monje extrañado les dijo:
- Es que a caso ustedes no se han alimentado en nuestras tierras? No porque vivan siempre en el mismo lugar quiere decir que no sean vecinos... al fin y al cabo, todos vivimos de la misma tierra...
- Disculpe si le hemos ofendido...
- No hijo, no lo han hecho... Sabes por qué deberíamos regar esta piedra de la misma forma en que lo hace la demás gente en su jardín?
- No, no lo sabemos señor...- señaló el otro

- Cada primavera este pueblo cuenta con hermosos prados e increíbles colores, sin embargo, al llegar el otoño y el invierno, esto desaparece y sólo quedan estos vientos... pero en esta roca crecen pequeños dientes de león...
- y qué ocurre?

Sonriendo y cerrando los ojos frente al sol mientras que se escondía, respondió:
- Millones de sonrisas vuelan como cipselas hacia el mundo...